domingo, 22 de abril de 2012

Novela, capítulo 1. Riot.

La ruina de Arnor.


Capítulo 1.


Almendra.


El sol rojo se ponía a lo largo de Las Montañas Nevadas dejando un rastro de luz naranja, tenue, difuminada por la intensa niebla perpetua del lugar. Los árboles tornaban negros, dejando el verde del día a la noche. El humo de las hogueras ascendía hasta las nubes más bajas, junto con pequeñas ascuas amarillas. Aquel muro de piedra, agrietado, recortado y desgastado, frío, como si intentase imitar el hielo. Las enredaderas verdes lo recorrían, compitiendo por llegar a la única torre que aún se mantenía intacta, la Torre de Marfil.


Miraba a la lejanía, al horizonte, con la vista perdida, ensimismada. Mi espalda reposaba en el muro de piedra, transmitiéndome frío y soledad. Miré ahora hacia el interior de las ruinas, hacia mi interior. La hoguera encendida por mi hermano iluminaba todos sus rostros desvanecidos. El polvo de la tierra ascendía en la nube de calor. Frotaban sus manos, intentando entrar en calor, algo poco presente aquí, algo perdido. Ella apoyaba su hombro en él, acurrucándose, encogiéndose por el imponente frío. Los gemelos buscaban desesperados el momento de la comida, buscaban algo a lo que aferrarse, algo que su estómago les pedía, nada de oxígeno, nada de frío. 


Besó su frente y la dejó, mi hermano se levantó. Me miró y le devolví la mirada. Me acerqué a las escaleras de acceso, resquebrajadas, sus peldaños, antaño pulidos, ahora se encontraban negros, llenos de charcos, charcos de infección, charcos de olor a muerte, charcos desesperanzadores. Mientras ascendía los escalones se colocaba su capucha, del color del bosque y sacaba un pequeño fardo de una de sus bolsas atadas al cinto. Le esperé arriba para hacer el cambio de guardia.


Me ofreció un poco de hierba del pantano tendiendo su mano. Busqué en mis bolsillos aquella pieza de madera con forma de cuerno. Era una pipa de color marrón, igual a la suya. Tomé un poco de hierba y prendí la pipa. Él hizo lo mismo. 


Tras un largo silencio de paz me decidí a hablar.


-¿Cómo está todo por abajo?- Pregunté intentando sacar algún tema de conversación vagamente.
-Estamos algo hambrientos, ya es tarde, será mejor que cuando bajes vayas a por algo de comer, tenemos que reponer fuerzas-
-Sí, pero están empezando a racionar la comida, no sé cuánto nos darán, tampoco les importamos mucho, es más, dudo que nos den algo.-


Paré un momento y aspiré el humo, sentí aquel aire de color gris en mi cuerpo. Expiré el humo haciendo un anillo que desapareció rápidamente como una tela invisible.


-Bueno, haz lo que puedas, vete ya, aquí hace frío, me toca a mí la guardia.- Sentenció la conversación mientras avanzaba a las almenas.


Descendí por la sinuosa escalera hasta el fangoso barro del suelo. Mis botas se llenaban de tierra mojada, húmeda, y llena de sangre, sangre derramada. Llegué a la hoguera y clavé la lanza en el suelo. Pasé la mano por la cabeza de los pequeños, a modo de gesto de afecto y les miré con una sonrisa falsamente esperanzadora.


-Voy a por algo de comida, en seguida comeremos algo-
-Te acompaño- Me dijo uno de ellos con su voz todavía algo infantil.
-No, tenéis que cuidar de ella, está algo enferma, no tardo nada, os lo prometo ¿vale?-
-Está bien...- Respondió algo enfadado y calló.


Me levanté y seguí mi camino hacia algún lugar en el que encontrar algo que comer, algún lugar donde el calor estuviera presente y no fuera fugaz, algún lugar donde la sensación fuera de felicidad y no de ganas de morir, de ganas de llorar, de ganas de huir, de evadir la realidad. Tras poco tiempo andando divisé un cartel tambaleándose por el viento que comenzaba a arreciar. 


Me acerqué a un candil sujeto a la pared que iluminaba unas letras oxidadas. "La Zorra Dormilona", parecía ser una taberna o una posada y dentro de ella se escuchaba bastante jaleo. Empujé la puerta de aquel local construido a base de madera húmeda y desgastada y piedra verde. A mi entrada también apareció un señor, de una complexión vigorosa y bastante altura, lucía una chaqueta de cuero roja y unos pantalones desgastados marrones. Algún borracho supuse que sería.


Ignoré su presencia en cuanto entré en aquel local. A la izquierda se encontraba la barra defendida por un señor, al parecer el tabernero. Los grupos de gente se distribuían en varias mesas dispuestas por toda la parte inferior del local. Una camarera no dejaba de transportar aquella bebida amarilla como el sol de verano reflejado en las espigas de trigo,  las cervezas inundaban la taberna, su olor se pegaba a las paredes, impregnando todo de una falsa realidad producida por el alcohol. Varias chimeneas encendidas calentaban aquella gran sala. Me acerqué a la barra descubriendo mi rostro al tabernero. 


-Buenas noches caballero, ¿busca algo que llevarse a la boca? o ¿tal vez una habitación dónde hospedarse?-
-Busco algo de comida caliente para mí y otras cuatro personas.- Dije con un respingo.
-Está bien, no tardaré mucho caballero, ahora mismo le preparo algo para usted y sus cuatro compañeros- 


Me alejé ignorando palabras siguientes a aquellas y me senté en uno de los taburetes de las pocas mesas vacías que quedaban. Mis ojos buscaban a aquel personaje de la chaqueta de cuero roja por el local pero parecía haberse perdido, haberse desvanecido, lo envolvía un halo de misterio muy siniestro. 


Mi mirada se desvió ahora hacia una chica que se acercaba a mí. Dejé de mirarla pretendiendo que me ignorase, pero no fue así. Se sentó encima mía y dirigió sus ojos a los míos. La miré. Era un chica bellísima, sus ojos almendrados destacaban en la lejanía, de color anaranjado, entre una piel blanca y de tacto suave. Su pelo castaño, suelto, a merced de sus movimientos destapaban la punta de sus orejas. Una elfa. Llevaba un vestido de color blanco muy ceñido con adornos negros. 


-Lo siento, no estoy interesado.- Dije sécamente intentando zanjar una conversación que no debía ni haber empezado.
-¿Por qué cariño?¿no quieres hablar conmigo?¿no quieres soñar en la realidad?- Dijo con su voz, tan dulce como la miel.
-Por favor, déjame, márchate de aquí.- La retiré y me levanté dirigiéndome al mostrador.
-Señor, aquí tiene todo lo que me pidió.- Dijo el tabernero algo fatigado.


Dejé una bolsa llena de monedas en la barra y agarré el petate de comida. Abrí la puerta de la taberna. El cielo negro ahora estaba cubierto de nubes grises, dejando caer flechas continuas en forma de lluvia granizada. Me coloqué mi capucha, subí mi pañuelo negro hasta mi nariz, envolviendo mi rostro y salí de aquel caldeado entorno. 


Miré hacia atrás un momento antes de que la puerta se cerrase sola por la acción del viento. Aquella chica del vestido blanco, de los ojos anaranjados, se encontraba sentada en otro hombre, con aquella mirada, y aquella voz. 


La puerta cerró, el  grito del local tornó a murmullos, la luz se extenuó. Atravesé el callejón que llevaba de nuevo a la calle principal, de vuelta a nuestra hoguera.


El filo dentado de un puñal amenazaba ahora la yugular de mi cuello. Mi corazón comenzó a desencajarse de sus latidos, a estallar.


Sirgeik.


Riot.











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